Raymond Figueredo: «En Cuba los peloteros no son valorados»

Con apenas siete años, el pequeño Raymond Figueredo Cruz comenzó a practicar béisbol. Pudiera pensarse que, motivado por sus sueños de la infancia, aquel pequeño niño del capitalino municipio de la Habana Vieja percibía su futuro ligado al deporte nacional cubano. Quería lanzar desde el box del Estadio Latinoamericano o defender la antesala como lo hacía Yulieski Gurriel.

Raymond inició muy chico su bregar por los diamantes y durante el paso por las categorías inferiores lidió con cuestiones propias de un desarrollo físico tardío. “Me costó trabajo porque consideré que no estaba a la altura de los demás compañeros de equipo. Al comienzo me sentía mal, pero aquello sirvió para esforzarme cada día más y colocarme a un nivel similar o superior al de ellos”, confesó el talentoso pelotero en entrevista exclusiva para Industriales de La Habana.

Escalón por escalón transitó por la llamada pirámide del béisbol, pero llegado el momento le fue imposible acceder a una Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) renglón necesario, aunque no decisivo, para labrar una carrera deportiva en Cuba. En este sentido, el exlanzador de Industriales reconoce que no pudo entrar en la mencionada institución, pues “incumplía con los requisitos debido a mi desarrollo físico”.

Aunque sin descuidar la preparación, Raymond Figueredo era un niño bastante inquieto. Como cualquier pequeño de esa edad, gustaba de jugar en el barrio, divertirse con sus amigos y soñar con un futuro brillante dentro de los terrenos. “Pasar tiempo con mi familia resultaba gratificante, en ellos encontré bastante apoyo”.

En la Mayor de las Antillas, la pelota infantil no goza de buena salud. A los conocidos problemas logísticos y extradeportivos se suman otros referentes a viejas concepciones que atentan contra el futuro desarrollo de las próximas estrellas de las Series Nacionales. Para Raymond Figueredo “debería jugarse más, el fogueo diario y la atención de los entrenadores constituyen pilar fundamental para cuando los atletas lleguen a la máxima categoría estén mejor preparados. Falta esa exigencia”.

¿Cuán difícil resulta integrar preselecciones para algún equipo en Cuba?

“Bastante difícil. El nivel y la competitividad van muy parejos y se hace difícil integrar los equipos. Casi siempre llaman a los de mejor rendimiento, pero en muchos casos brillan más los nombres y no los resultados. Por experiencia sé que para integrar el equipo Industriales se pasa trabajo. En mi caso particular la complicación aumentaba por el hecho de ser bastante joven. Sin embargo, debido a mi potencial como pitcher considero que llegue rápido a los azules, aunque necesitaba de mayor experiencia”.

Formar parte de la plantilla de los míticos Industriales constituía la aspiración de cualquier peloterito, incluso el de quienes jamás empuñaron un madero de forma organizada. La mística de los leones, la legendaria generación de la “aplanadora santiaguera”, los vegueros de Jorge Fuentes o el Villa Clara de Jova poblaban los diamantes de sueños y aspiraciones.

“Llegar a los Industriales era el sueño de todo niño que juegue en la capital, pero para llegar a alcanzarlo tienes que luchar y entrenar al máximo. Particularmente el esfuerzo realizado valió la pena y me exigía hacer las cosas bien cada día y demostrárselo a los entrenadores. Como todo niño inocente pienso que sí, pero con el pasar de los años descubres lo negro que puede ser todo a veces, por tanto, cambia la mentalidad y uno empieza a establecerse otras prioridades para poder ayudar a su familia”, recalcó.

Raymond rememora el último campeonato con la Habana en la Seria Nacional para menores de 23 años. En dicho evento llegó a considerarse el mejor relevista capitalino, llegando a registrar 1.03 de promedio de carreras limpias. Nada mal para el torneo. “Recuerdo el último juego que lancé con dolor en el brazo y aun así pude ganar el juego contra Artemisa”.

Vestido de azul vislumbró con su potente brazo y su crecimiento como lanzador le auguraba convertirse en as del pitcheo de su equipo. No obstante, tomó la decisión de emigrar, de luchar por una aspiración: llegar a las Grandes Ligas y lanzar en el mejor béisbol del mundo.

¿Por qué decidiste que era momento de emigrar?

“Quizás fue de las decisiones más difíciles que he tomado en mi vida. Nunca me paso por la mente hacerlo, pero se dio la oportunidad y la aproveché. Salí de Cuba en avión rumbo a Santo Domingo, República Dominicana, donde resido actualmente. Solo quería dar el salto de nivel, obtener nuevas experiencias y en algún momento negociar un contrato con las franquicias de la MLB”.

Ahora en un país “extraño”, lejos de los suyos, Raymond ha tenido tiempo para preparase, entrenar hasta el cansancio, pues lo mueve un objetivo. “Mis sueños y esperanzas, -dice- como todo pelotero de alto rendimiento es lograr un contrato profesional”. De lograrlo, engrosaría la extensa lista de antillanos que han debutado en las ligas mayores de Estados Unidos.

Pero llama la atención esa extensa lista ¿A qué crees que se debe la marcada tendencia de los peloteros jóvenes a emigrar hacia otro país?

“Primero que nada, en la atención. En Cuba no son valorados y en ocasiones los entrenadores no muestran interés por su talento, los desechan y los atletas deciden demostrarlo en otras partes del mundo y generalmente lo logran. Al menos han quedado a las puertas del Big show, porque en otros lares, los beisbolistas antillanos reciben bastante interés”.

“Pudiera pensarse que me desilusioné de del béisbol cubano. No totalmente, pero sí existieron varios factores que influyeron en mi decisión de partir e hicieron que tomara mi propio rumbo”

¿Qué tendría que ocurrir para que volvieras a jugar pelota en Cuba?

“Demasiadas como para ni siquiera soñar. Creo que no es solo mi caso. Los peloteros necesitan mayor atención y estímulo. La Serie Nacional específicamente y la pelota cubana en general merecen respirar vientos de modernización; adaptarse a un mundo cada vez más cambiante para, entre otras cosas, evitar la pérdida de tan preciados talentos”.

Autor: Alejandro M. Abadía Torres y Gian Franco Gil